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La profesora Yolanda Sánchez Ogás con doña Petra Pérez Hernández, quien fue esposa del líder agrarista Hipólito Rentería. |
Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar
Pasado el centenario de Mexicali, se suceden
las celebraciones. Ahora corresponde a la siembra del algodón, ocurrida por
primera vez en 1912. El cultivo que llegó a ser tan valioso entre los años
cuarenta y cincuenta del siglo pasado, y que incluso por esa razón recibió el
mote de “oro blanco”, cumple sus primeras diez décadas en estas abrasantes
tierras.
El valle de Mexicali se convirtió en una gran
pasión para Yolanda Sánchez Ogás. Lo recorre a menudo, lo conoce palmo a palmo,
disfruta enormemente con la compañía de su gente, y sobre todo se sumerge con
gran placer en el estudio de su pasado.
Las primeras semillas de esa inquietud se
sembraron en ella desde que cursaba estudios en la Escuela Normal Fronteriza.
Recuerda que a los alumnos los llevaban cada 27 de enero a la fiesta del ejido
Michoacán de Ocampo, sin que les explicaran el origen ni el significado de tal
conmemoración. Pero en el espíritu inquisidor de Yolanda las dudas no
permanecen por mucho tiempo.
Ya dentro del Museo Hombre, Naturaleza y
Cultura, del Gobierno del Estado, allá por 1983, por iniciativa propia decidió
conocer la historia detrás del Día del Ejido y la festividad de esa fecha. Y
ahí cambió su propia biografía. Siguieron años de investigación, de
recopilación de evidencias, de conversaciones con sobrevivientes de la gesta
agraria y pioneros de los poblados del valle.
Su objetivo fue el ejido Michoacán de Ocampo, centro
de gravedad porque el dirigente Hipólito Rentería y varios de sus compañeros
habían fincado ahí su domicilio. Tras varios años de trabajar en el lugar,
Sánchez Ogás motivó a los pobladores para que convirtieran en museo la vieja
escuela primaria, que estaban a punto de demoler. Con la participación
entusiasta de todos y el apoyo estatal, el 24 de octubre de 1989 abrió sus
puertas el que llegaría a ser todo un centro cultural y destino de innumerables
recorridos escolares.
La viuda del prócer Rentería Guillén jugó un
papel fundamental en todo este proceso. Pero
antes Yolanda debió vencer su desconfianza. Doña Petra —como tanta
gente— estaba harta del gobierno, y no quiso recibir a la profesora al saber
que prestaba sus servicios al museo estatal. Pero tras un segundo, un tercer
intento, Sánchez Ogás superó ese obstáculo, y así empezó entre ambas la que
sería una profunda amistad de 17 años.
Después de muchas horas de amena plática se dio forma al libro Para seguir accionando (1990), poética
autobiografía de doña Petra Pérez Hernández que conduce al lector de la mano
por el Mexicali de los años treinta, le muestra el asalto a las tierras desde
la perspectiva comparsa de una joven mujer y le presenta la vida comunitaria
ejidal en su primera época.
En ese inicio de la década de los noventa,
Sánchez Ogás ya se había convertido en una referencia obligada para quien
quisiera conocer sobre el asalto a las tierras. Cuando desde el naciente diario
La Crónica me propuse investigar
acerca de la participación femenina en el movimiento agrario, necesariamente
acudí ante ella. De inmediato desbarató el plan de mi reportaje, al explicarme
cómo esa lucha de 1937 fue enteramente masculina, con la mujer actuando en
segundo plano junto a sus hermanos, padres, esposos; y al poner en su justa
dimensión a Felipa Velázquez, a quien erróneamente considerábamos la heroína de
esa historia.
Y ha sido, durante años, labor incansable de la profesora el dar a conocer, por
todos los medios posibles y en todos los foros a los que se le invita, qué fue
lo que ocurrió en el valle de Mexicali en las primeras cuatro décadas del siglo
XX. No ha cejado de investigar, tanto en libros como en archivos, además de
proseguir con el rescate de las historias orales que habían permanecido
expectantes. Conferencias, artículos para la prensa, ponencias en simposios,
folletos, y, recientemente, chateos… Sin embargo, me parece que lo que más ha
disfrutado Yolanda en estos más de veinte años han sido los recorridos en que
ha guiado a niños y maestros por el museo comunitario, narrándoles y
explicándoles todo el esfuerzo realizado por esos hombres valerosos que,
conscientes de que arriesgaban su propia vida, se enfrentaron a la poderosa
Colorado River Land Company y lograron mexicanizar el valle de Mexicali.
Hoy, Sánchez Ogás pretende saldar la que
consideraba una deuda con ésta su tierra natal y con las personas que
amablemente abrieron para ella sus arcones de recuerdos. Y el saldo lo cubre
con creces. Nos entrega una nueva obra sobre el asalto a las tierras de 1937.
Pero en las páginas que siguen la profesora no
se repite a sí misma. No trae a nosotros una mera reedición de escritos
anteriores sobre el tema. No. Ya líneas arriba comenté que en todo este tiempo
no ha cesado en su investigación.
Tomando como pretexto la siembra de las
primeras quince pacas de algodón en el valle de Mexicali, en 1912 (por el
estadounidense Joe Sherman, en hectáreas ubicadas donde seis años después se
fundaría la colonia Zaragoza, al oeste de la capital del estado), la autora nos
habla de los japoneses y los indostanos, grupos étnicos que, junto a los
chinos, tomaron parte en el cultivo de esta región. Aclara además las
diferencias entre el movimiento de 1930 y el de 1937, explicando que en el
primer caso los manifestantes eran sindicatos campesinos que deseaban mejorar
sus condiciones de trabajo, y en el segundo solicitantes de tierras que querían
hacer valer el artículo 27 constitucional.
Nos cuenta también de la Cruz Roja Campesina;
enfatiza en la difícil situación que se vivía en el valle de Mexicali como
consecuencia de la crisis económica de 1929; nos habla sobre las colonias
mexicanas que existían en el latifundio de la Colorado; hace mención de la
propuesta del diputado californiano Charles Kramer, de que Estados Unidos
comprara la península de Baja California…
Y nos presenta cómo nació la vida ejidal en el valle de Mexicali: el papel del
gobernador Rodolfo Sánchez Taboada, la formación del Michoacán de Ocampo, las
dificultades que tuvo que sortear esta organización de producción comunal.
Destaca la vida de Hipólito Rentería, antes y después del 37; dedica un
apartado a la fiesta del 27 de enero; escribe luego acerca de la labor de las
mujeres dentro de sus comunidades y de la valiosa aportación de las escuelas
rurales; recupera algunos corridos agraristas…
Fiel a su estilo, Sánchez Ogás estructura una
narración amena, en la que da suma importancia a los testimonios de quienes
participaron en los sucesos que relata. Porque el valle de Mexicali fue
recuperado para México gracias al esfuerzo colectivo, y porque ella reconoce en
cada suceso histórico ese esfuerzo individual que se amalgama con otros
esfuerzos para transformar la vida social.
Es ésta, pues, obra trascendente para el
conocimiento del pasado mexicalense. Yolanda Sánchez Ogás ya no debe nada,
aunque seguramente seguirá aportando muchísimo más.
Mexicali, Baja California.
Julio de 2012.